miércoles, 5 de febrero de 2014

¿Quién aprende qué?


Bienvenid@s de vuelta al Blog! Mientras iniciamos un nuevo año escolar/académico en el que esperamos seguir reflexionando, seguir discutiendo y seguir (trans)formándonos como docentes (cada vez) más facilitadores de aprendizajes (cada vez) más significativos en nuestr@s estudiantes (cada vez) más autónomos; nos invitamos a releer, cada día, una de las entradas publicadas los años anteriores, como forma de volver a “ponernos” en tema. Para l@s que no las leyeron, éstas podrán ser un (nuevo) disparador para la reflexión y el análisis y para los que sí, es probable que las (re)pensemos desde otro lugar y nos inviten a, (nuevamente) pero de otra manera, reflexionar sobre nuestras prácticas y los aprendizajes.

La siguiente entrada fue publicada el Martes 5 de Junio de 2012:


¿Quién aprende qué?


Imaginemos la siguiente situación: me toca preparar para la semana próxima la clase de un tema determinado de la materia en la que participo como docente. Entonces, empiezo leyendo el tema del libro que más me gusta (o simplemente del que tengo más a mano), lo subrayo, lo resalto (a mí me gusta escribir en los bordes de la hoja), jerarquizo la información y empiezo a imaginar cómo estructuraría el tema (puedo escribir algunos títulos posibles en una hoja aparte). Después, busco un par de libros más a ver si “dicen lo mismo” y tomando como base el primero que leí, empiezo a escribir algo sobre el tema que siga la estructura que pensé y la del “libro base”, agregando la información de los otros libros. Encuentro muchas similitudes, algunas contradicciones que intento resolver y mucha información que descarto como irrelevante. Ahora me concentro en el texto que estoy escribiendo, lo mejoro, lo “doy vuelta”, lo organizo. Obviamente, como le pasaría a cualquiera, me surgen dudas que resuelvo con la bibliografía e inquietudes que busco en internet. Aparece un montón de “información basura” y entonces priorizo ciertos “sites validados” donde encuentro datos más que interesantes para sumar a mi presentación (si la presentación incluyera un soporte audiovisual, también aparecen un sinfín de imágenes que supongo podrían servirme para ilustrar lo que estoy diciendo) y excelentes ejemplos sobre el tema, que sumo al texto. Ahora empiezo a recortar el texto, jerarquizando, priorizando, seleccionando, re-escribiéndolo y me surgen dudas más complejas, más interesantes que me hacen consultar otra vez la bibliografía, otra vez internet (que esta vez no alcanza) y llego a preguntarle a un colega o a un docente de más experiencia en la cátedra. Al leer el texto casi listo, aparecen las relaciones con otros temas de la materia y con la práctica (a veces con “la vida real”), relaciones que me llevan a hacer un análisis un poco más profundo y complejo, en el que aparecen ideas nuevas, dudas nuevas y aspectos que me cuestan entender pero la mayoría los resuelvo con la bibliografía o con la ayuda de algún otro miembro del equipo docente y alguna cuestión quedará “no resuelta” y el tiempo y el trabajo con otr@s, la resolverá o no. Más allá de que en ese punto tendría que pensar la manera de presentar el tema, el soporte (audiovisual o no) y tendría que planificar la clase (aspecto que me parece central y sobre el que voy a profundizar en otra ocasión), quisiera detenerme a plantear algo en este punto.

Se supone que la tarea del docente es la de facilitar en l@s estudiantes determinados aprendizajes actitudinales, procedimentales y de contenido. Ahora bien, en el relato queda claro algo: yo leí, yo subrayé, yo resalté, yo jerarquicé, yo estructuré, yo busqué información en libros y páginas web, yo encontré similitudes y contradicciones e intenté resolverlas, yo descarté información irrelevante, yo organicé, yo consulté, yo re-escribí, yo busqué ejemplos, yo encontré relaciones con otros temas -con mi vida, con mis saberes previos, con mi historia-, yo analicé, yo profundicé, yo me quedé con dudas que espero (con el tiempo y la ayuda de otr@s) resolver, en fin… yo aprendí!!! Sí, yo aprendí…

Es cierto que cuando termine mi exposición (dialogada o no), l@s estudiantes van a venir y me van a elogiar y me van a decir cosas como: “que buena clase”, “entendí todo”, “soy recursante y nunca lo había entendido así” (que elogio, soy mejor que mis colegas), “la clase estuvo rebuena, se ve que la reprepraraste”. Y sí, la “repreparé”, hice un trabajo enorme y aprendí un montón no sólo sobre el tema en cuestión sino también sobre mí, sobre cómo leer, como resumir, cómo estudiar, en fin… cómo aprender.

Se imaginan el final, no? Si nuestro rol es el de guíar y nuestra función esencial es la de ser facilitadores de los aprendizajes, ¿no será que tenemos que pensar estrategias para que sean nuestr@s estudiantes l@s que hagan ese trabajo u otro trabajo que les sea significativo, relevante y les permita ser realmente constructores de sus propios aprendizajes y controladores de sus propias formas de aprender?

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