martes, 28 de octubre de 2014

MilNueveOchentayGoogle. Por Fabricio Ballarini *


7:35 AM, abro los ojos. Me invaden el mal humor y un sonido tan molesto como familiar que me avisa que dentro de 10 minutos  me va a taladrar otro sonido igual al anterior para confirmar mi malestar. Deambulo, zombi, sorteo maradoneanamente ropa sucia y por fin llego al baño. Maldigo haber corrido tanto en el partido de fútbol de los martes (recuerdo vagamente 2 pelotas que debieron entrar). Con la luz en la cara, levanto la mirada y ahí estoy reflejado, me miro soy yo. Lo sabía pero lo confirmo.

En un acto instintivo entro a la ducha. A las 9 tengo que estar en el laboratorio porque a las 10 hay reunión de grupo, me repito unas 4 veces. ¿Subte o colectivo? Subte, porque está Santa Fe cortada por obras. A la tarde viene gente al laboratorio, me voy a tener que poner una camisa, la de jean está sucia pero creo que aguanta un día más. ¿La crema de enjuague es la que tiene el pico para arriba?, sin lentes no veo esa letra pequeña que la distingue del champú, insulto el marketing. Salgo tarde (como siempre).

Camino y pienso, me hablo y sobre todo recuerdo. Recuerdo mi cara, mi agenda, mis amigos, mis deberes, mis deudas, la ropa sucia. Recuerdo el camino para llegar a la estación, recuerdo las veredas rotas y las caras de los porteros. Recuerdo la canción que estoy escuchando, su letra y su banda. Recuerdo a la novia que me dejó y las miles de veces que la escuché para olvidarla. Recuerdo quién soy pero lo afirmo en cada segundo que me recuerdo. Pero, ¿cuál era la capital de Rumania?, y ahí nomas me frustro. Antes de angustiarme, cosa que probablemente hubiese hecho la gente que vivió allá por la década del ’90, saco mi smartphone del baticinturón y (si el 3G me lo permite) obtengo toda la sabiduría en escasos minutos (léase segundos si leés esta columna desde un país donde el 3G es 3G). Qué buena la tecnología, ¿no?

Para poder resolver esta pequeña pregunta en principio tenemos que saber algo muy simple e importante: todos esos recuerdos están en el cerebro y llegaron ahí gracias a dos procesos: adquisición y consolidación. Es decir, cuando aprendemos algo no formamos instantáneamente memorias sino que desencadenamos un proceso de consolidación que irá fijando el recuerdo a lo largo del tiempo. Recién después viene evocar, que es como llamamos a la parte a la cual vamos a buscar ese recuerdo al fondo de la pila de otros recuerdos que nos avisan que era Bucarest.

Dentro de este salpicón conceptual suena bastante lógico creer que está bueno conservar la memoria tanto como a la novia. Por suerte, luego de tal comparación pollera, siempre hay un científico de Harvard y una idea genial para culpar. Él es el Dr. Wegner (Don Pollera) y su genial idea se llama “memoria transactiva” que versa (siempre había querido usar esa palabra) lo siguiente: cuando dos personas se conocen mucho (pareja, amigos, etc) forman un sistema de memoria en común, la memoria transactiva. Esta hipótesis hace referencia a la capacidad de dividir la ardua tarea de recordar información compartida. Es decir que tácitamente y a fin de ahorrar espacio en la memoria “uno se pone las pilas con las fechas de cumpleaños y el otro se encarga de recordar el nombre de la cajera del Chino”, evitando la duplicación de la información.

Y es todo lindo el amor, hasta que Google.

Aunque sintamos inofensiva esa hermosa sensación de ser Juan Pablo Varsky y cantar de memoria la formación de Polonia Mundial ‘74 mientras pispeamos de reojo el celular, la tecnología nos afecta. Y por sobre todo a nuestra a memoria. Desde que todos nosotros colocamos a Google como aliado mnésico en nuestras vidas, cual disco externo enchufado al cerebro, la necesidad de memorizar disminuyó considerablemente.

Saber que nuestro cerebro tiene una novia digital que puede almacenar miles de millones de datos y que la disponibilidad sólo requiere escasos segundos nos quita la enorme responsabilidad de guardar recuerdos, por lo tanto evitamos esforzarnos innecesariamente. Este extraño comportamiento marital  de información compartida tiene efectos tan severos que hasta podría explicar la insoportable sensación de vacío que genera un divorcio. Tu pareja se va pero no sólo se lleva el perro, sino parte de tus recuerdos. Si aún no te sentiste vulnerable, esta pérdida también se puede sentir cuando tu conexión de internet muere o cuando un virus borra dictatorialmente parte de tu disco rígido.

No adquirimos, no aprendemos y no consolidamos, básicamente por una razón tan simple como la vagancia. Para evitar una autocrítica tan mundana podríamos argumentar que dicha adaptación tecnológica nos puede permitir ganar más espacio y recursos para otras tareas. Error: lo único que ha mejorado es nuestra habilidad para encontrar más información, otra razón para justificar nuestro matrimonio por conveniencia energética con Google. Seguramente la forma más tecno de perpetuar un círculo vicioso neurodegenerativo. Una potencial ventaja adaptativa que podríamos usar para ser mejores, pero la usamos solamente para hacer menos.

Suena el celular, me avisa que mañana a las 13 hs doy un seminario que aún no preparé. Agradezco y pienso “qué tontos estos tipos de Google que seguro usan Google para recordar la forma de manipular nuestras mentes”, y es terrible. Triste y cruel, paranoico y conspirativo, pero en una de esas no, y la culpa no es de Google, sino del que le da de olvidar.


* Fabricio Ballarini es Licenciado en Ciencias Biológicas egresado de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires y Doctor en Ciencias Médicas de la Universidad de Buenos Aires. Actualmente es investigador del CONICET en el Laboratorio de Memoria del Instituto de Biología Celular y Neurociencias de la Facultad de Medicina de la UBA. Creador y organizador de Educando al Cerebro. Columnista de Neurociencia del programa “Tenemos malas noticias” Radio Vorterix y asesor científico del ciclo "Científicos Vorterix". Ha publicado en diversas revistas científicas internacionales de alto impacto y ha dado conferencias en congresos nacionales e internacionales. Sus resultados fueron publicados en distintos medios de comunicaciones nacionales e internacionales entre ellos La nación, Perfil, Clarín, QUO y BBC.

martes, 21 de octubre de 2014

¿Cómo aprende Flor? Intereses, motivaciones, obstinación y aprendizaje “hasta el hartazgo”.


En este 2014 el Blog espera, una vez más, incorporar nuevas maneras de reflexionar sobre la Educación y los aprendizajes. Además de las (ya habituales) notas de opinión, de las entrevistas (a docentes y estudiantes) y de los textos escritos en colaboración, queremos incorporar textos que reflexionen sobre “cómo aprendemos”.

Como dijimos en una entrada anterior pareciera ser que much@s docentes creemos (con las mejores intenciones) que debemos ser facilitadores de los aprendizajes y obramos o creemos que obramos (en consecuencia) con el objetivo de que nuestr@s estudiantes aprendan.

Sin embargo, no tenemos muy en claro “cómo se aprende”, qué hacen nuestr@s estudiantes para aprender, cómo hacen nuestr@s estudiantes para aprender los contenidos (disciplinares, actitudinales y de procedimientos) de nuestras materias.

Es por eso que nos proponemos darle una vuelta de tuerca a esta reflexión a partir de relatos, en primera persona, que den cuenta de cómo aprendemos o cómo aprenden l@s estudiantes, con el objetivo de ser mejores facilitadores de esos aprendizajes (cada vez más significativos) en nuestr@as estudiantes, cada vez más autónomos. En este caso la reflexión es a partir del relato que gentilmente escribió María Florencia Acosta *.


Cuando Flor reflexiona sobre cómo aprende contenidos académicos nos cuenta que tengo mucha memoria fotográfica, con lo cual después de estudiar y a la hora de rendir lo que suelo hacer es acordarme en que hoja estaban lo temas. O también sin pensarlo tomo de referencia cosas que quizás no tengan que ver con lo que estoy estudiando. Flor reflexiona sobre cómo las diferentes prácticas características de cada un@ (como tomar apuntes, hacer resúmenes o cuadros sinópticos) pueden, al mismo tiempo, ser una ventaja o una desventaja a la hora de estudiar: en la facultad en las clases teóricas no tomo nota, creo tener la capacidad de acordarme sin escribir, el problema es que a la hora de estudiar nunca tengo de donde”.

Habitualmente l@s estudiantes nos recuerdan que no se aprenden (ni estudian) igual, contenidos diferentes. En ese sentido, y como lo manifestaron otr@s much@s estudiantes, Flor vuelve sobre el tema de la repetición, en el caso de las materias que exigen cálculo, en general ejercito hasta el hartazgo.

En las palabras anteriores se advierte la relevancia que tienen las prácticas que invitan a l@s estudiantes a experimentar con formas diferentes de estudiar o de acercarse a contenidos de campos disciplinares disímiles. ¿Cuántas de nuestras propuestas didácticas o de las actividades que (habitualmente) les proponemos a nuestr@s estudiantes involucran la utilización de éstas u otras herramientas facilitadoras de los aprendizajes? Y ya que estamos en “tono preguntón”, ¿Se dieron cuenta que en su relato en ningún momento habla de l@s docentes (ni de las prácticas de enseñanza) cuando cuenta “cómo aprende”?

Profundizando en esta cuestión de “diferentes disciplinas, diferentes métodos de aprendizaje”, Flor insiste con la idea de la repetición pero aclarando que depende de los contenidos: no uso los mismos métodos para aprender las diferentes cuestiones. Lo que si repito como forma de aprendizaje, es la cuestión de la repetición hasta el hartazgo, pero en general, ahora que lo pienso, no tienen similitudes.

A la hora de pensar, de manera comparativa, los aprendizajes “académicos” y “no académicos”, Flor nos deja una reflexión que tiene que ver con algo sobre lo que ya insistimos varias veces en este Blog: la relevancia de la motivación y los intereses como punto de partida para aprendizajes significativos. Flor pone ejemplos bastante claros al respecto, ejemplos en los que, como diría Jacotot, no necesito de un “maestro explicador”: Soy muy autodidacta y obstinada, con lo cual si algo me interesa aprender busco todos medios necesarios hasta que lo aprendo y luego no lo hago más. Esto viene de chiquita, por ejemplo; quería saber coser a máquina así que pedí que me pongan la máquina de coser en la mesa, que me digan como se ponía el hilo y me puse a practicar, lo mismo pasó con aprender a tejer a dos agujas y crochet. Lo último que hice, fue querer aprender a hacer origami, así que busqué en YouTube varios tutoriales y aprendí, obvio eso es algo que ya no hago más. Pero en general siempre hago lo mismo.

Finalmente, Flor nos deja su propia concepción de esta palabra, esta idea, este concepto que tanto nos cuesta entender pero que tanto queremos facilitar y que confirma que muchas veces ni siquiera pensamos en cómo aprendemos cuando, efectivamente, aprendemos algo: La verdad respecto a la pregunta ¿qué es aprender?, no era algo que me hubiese cuestionado. Creo que es algo que internalizamos y después lo usamos para siempre. El tiempo y la formación que uno tiene hacen que cada uno perfeccione el método a su gusto.


* María Florencia Acosta (@floreacosta en Twitter; Facebook.com/mfloreencia.a en Facebook; www.tumblr.com/blog/tressdeseos) es estudiante de Arquitectura en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) en la Universidad de Buenos Aires. Espera poder dedicarse el resto de su vida a lo que ama profundamente, que es la arquitectura. Es alérgica a los gatos, pero los ama y quisiera tener miles. Es una amante apasionada de cualquier red social.

martes, 14 de octubre de 2014

La Educación ¿moderna? Por Valentina Guede *


La sociedad evolucionó en muchos aspectos, como ser las redes sociales, la comunicación, el transporte, el lenguaje, la ciencia, la medicina, etc. Pero uno de los aspectos más importantes que definen el futuro de la sociedad, como la Educación, se quedó estancado en la vieja idea de que, nosotros (los alumnos) debemos ser educados para aprender el régimen y el ritmo que exigen las fábricas. Considerando que cuanto más tiempo estemos dentro de la institución, mejores trabajadores seremos en el futuro, aprenderemos más cosas y  recordaremos más información.

En mi opinión, considero que muchas veces los horarios escolares sobrepasan el tiempo de capacidad de atención que puede brindar un adolescente. Se puede pensar que anteriormente la capacidad de atención de un chico/a alcanzaba los 40 minutos y luego un recreo de 10 servía para que pudiera relajarse. Pero el avance de la tecnología, a pesar de tener muchas cosas a favor, también tiene muchas cosas en contra, como la disminución de la capacidad de atención de una persona por el hecho de que exista la posibilidad de conectarse con la información o comunicarse con cualquier persona al instante en cualquier lado. En las horas de clase, si uno observa con atención, se advierte que al comienzo, la mayoría de los alumnos prestamos atención, pero pasados 20 minutos comenzamos a distraernos con los celulares, las tablets, etc. Esto sucede en su mayoría en las clases que son más explicativas y poco interactivas, que no permiten nuestra participación.

Más allá de los horarios de cada módulo de clase; el horario general del colegio (como por ejemplo ir desde las 7:40 hs a las 17:10 hs) no ayuda a que podamos aprender más. Al final del día uno se encuentra agotado, y no logra aprender casi nada en las últimas materias, como tampoco se puede realizar trabajos en casa ese mismo día. No tiene mucho sentido ir tantas horas porque al fin y al cabo no se aprende más cuantas más horas vas al colegio, y si encima pretenden que continuemos luego de las horas escolares afianzando conocimientos con trabajos prácticos o tareas, es prácticamente imposible que no nos estresemos o que tengamos tiempo de hacer actividades extracurriculares que nos relajen.

También, en vez de considerar que aprendemos más cuantas más cosas memorizamos, creo que (a pesar de que la materia no nos guste por los temas que se ven) se puede lograr cierto interés, aplicando un método que no se haga tedioso, como clases en las que se realizan actividades en conjunto o debates, suelen ser más dinámicas, logrando que no perdamos el hilo del tema. Con clases en las cuales el profesor lo único que hace es leer un texto y hacer breves aclaraciones de cada párrafo o pasar un power-point con diapositivas con párrafos y párrafos explicando un tema con pocas imágenes, tendemos a distraernos con cualquier cosa posible, porque no importa si el tema te gusta o no, es aburrido.

Por otro lado, hay muchos temas que continúan enseñándose en la actualidad considerados prácticamente inútiles ya que dejaron de utilizarse por la evolución de la maquinaria o de la ciencia. Sé que el cambio del temario es un proceso difícil de hacer, pero deberían comenzar a pensar en cambiarlo para poder enfocar cada materia en los temas más importantes actualmente. Un ejemplo claro es el análisis sintáctico o algunos temas de matemática y de las ciencias sociales. La historia antigua es otro ejemplo. En los primeros años se enfocan tanto en este tema que en los siguientes, cuando se empieza a estudiar historia Argentina, no alcanzan la cantidad de clases para comprenderlo bien, y en vez de aprender temas de la actualidad más útiles para que comprendamos el porqué de ciertos conflictos, las acciones políticas que toman los dirigentes, etc. Terminamos quedándonos con lo que ocurrió hace cientos de años que muchas veces no tiene relevancia. En lo personal las materias sociales no son de mis favoritas pero escuché hablar de una que se llama “problemáticas contemporáneas” y por lo que me contaron, es más interesante, te ayuda a comprender ciertas cosas que suceden en la actualidad y poder formar tu propia manera de pensar sobre política y sociedad.

Un ejemplo claro de lo que podría cambiarse son los libros de texto que se utilizan para Literatura. Me parece perfecto que incentiven a la lectura de distintos autores, nacionales, de distintas temáticas, para que tengamos más cantidad de opciones. Leer menos género fantástico y considerar el género policial, dramático, de terror o histórico, ayuda a que aprendamos cosas nuevas o nos interesemos en lugares que no conocíamos, pero creo que si dieran para elegir entre varias opciones en vez de obligarnos a leer determinados libros, que muchas veces no nos gustan, la lectura se haría más interesante.

A partir de toda mi experiencia yo hice mi propia reflexión; ahora los invito a que puedan hacer una ustedes mismos y compartirla (comentando este post), para poder ayudar entre todos a modernizar la “educación moderna”.


* Valentina Guede es alumna de la Escuela Agropecuaria de la UBA, con mucho interés por estudiar ciencia y tecnología de los alimentos en la misma Universidad.

martes, 7 de octubre de 2014

Menos no es más, pero puede ser mejor.


Muchas veces, cuando se consulta a l@s docentes por cuestiones de su práctica o por la posibilidad de realizar modificaciones, cambios, mejoras o innovaciones, la respuesta (negativa) apela a la “falta de tiempo”. Si bien en una entrada anterior ya profundizamos sobre esta cuestión de “el tiempo de clase” y “el tiempo de aprender”, ahora queremos darle otra vuelta de tuerca.

Si le preguntamos a es@s (much@s) docentes “¿para qué no les alcanza el tiempo?”, seguramente la mayoría de las veces recibamos como respuesta: “para llegar a cubrir todo el programa” o “para llegar a ver todos los temas”. A esta altura resulta casi una obviedad recordar(nos) que un “programa de contenidos” es de por sí un “recorte” más o menos fundamentado pero siempre revisable, modificable, mejorable y, sí, aunque a much@s no les guste, (aún más) recortable.

Por suerte aparecen (cada vez más) voces disonantes que proponen que, en términos de “cantidad” de contenidos, “menos es más”.

Si bien entendemos el sentido de esta idea, sabemos perfectamente que menos no es (ni puede ser) más, pero creemos que puede ser mejor. Decir que menos no es más es, también, aceptar que estamos dispuest@s a recortar y a “dejar afuera” muchos temas, porque nos interesa más que nuestr@s estudiantes aprendan algunos (pocos) temas, a que nosotr@s les enseñemos muchos temas.

Acá aparece otra vez la idea del sentido o el objetivo de la Educación. Si bien no creemos que el objetivo de la Educación sea (únicamente) el propiciar o facilitar ciertos (¿muchos?) aprendizajes disciplinares, entendemos a quienes piensan esto y aún así estamos convencid@s de que, incluso para cumplir ese objetivo “menos no es más pero puede ser mejor”.

¿Qué creen ustedes que es “mejor”: que l@s docentes enseñemos 7 u 8 temas en un mes o que l@s estudiantes (efectivamente) aprendan 1 ó 2 temas en ese mismo tiempo?

Acá vuelve a aparecer la idea del tiempo. Y sí, el tiempo (el tiempo de clase, el tiempo de estudio, el tiempo de aprendizaje) es finito, es limitado y eso nos obliga a decidir, a priorizar, y sí, aunque a algun@s les cueste mucho, a recortar. Valga una analogía para profundizar en esta idea. Supongamos que volvemos de un viaje y tenemos 10 minutos para compartir con un amigo que quiere que le contemos cómo la pasamos y ver las fotos. Podríamos hacer (al menos) dos cosas: mostrarle las 600 fotos digitales (muchas de ellas movidas, otras repetidas, otras no muy relevantes) a una velocidad de (literalmente) una por segundo o mostrarle las 3 fotos más representativas y usarlas para contarle cómo la pasamos, qué nos pasó, cómo nos sentimos y charlar con él. No sé qué piensan ustedes pero la segunda opción parece tener mucho más sentido.

Lo que estamos intentando decir es que para cumplir con el objetivo de que nuestr@s estudiantes aprendan ciertos contenidos disciplinares específicos, la idea de que éstos sean muchos en poco tiempo no parece ser la más efectiva. Al menos no si pretendemos que recuerden algo más allá del momento de la evaluación o que puedan “hacer algo” con eso que aprendieron.

La mayoría de las veces no podemos cambiar “el tiempo”: el tiempo que dura una clase, el tiempo que dura una cursada, el tiempo del que disponen l@s estudiantes para estudiar o el tiempo que tenemos para contarle a nuestro amigo cómo nos fue en el viaje y mostrarle las fotos. Pero sí podemos cambiar el “recorte”: elegir las fotos más significativas de nuestro viaje, seleccionar los contenidos más relevantes o más abarcativos de nuestra materia, estar dispuest@s a “sacrificar” muchas fotos del viaje (que a nosotr@s nos gustaron), pensar cuáles de los contenidos de nuestra materia no son tan importantes, hacer el ejercicio de pensar qué fotos son las que mejor dan cuenta de cómo nos sentimos en el viaje, pensar qué contenidos de nuestra materia pueden representar aprendizajes más significativos para nuestr@s estudiantes.

No creemos de ningún modo en la falacia de que menos es más pero sí en la idea esperanzadora (y relativamente fácil de poner en práctica) de que menos (contenidos disciplinares en un mismo y determinado tiempo) puede ser mejor.

Y créannos que funciona!!!