miércoles, 11 de mayo de 2016

¿Espacios? de aprendizaje.


En esta primera parte de este nuevo año escolar/académico en el que esperamos seguir reflexionando, seguir discutiendo y seguir (trans)formándonos como docentes (cada vez) más facilitadores de aprendizajes (cada vez) más significativos en nuestr@s estudiantes (cada vez) más autónomos; nos invitamos a releer, cada día, una de las entradas publicadas los años anteriores, como forma de volver a “ponernos” en tema. Para l@s que no las leyeron, éstas podrán ser un (nuevo) disparador para la reflexión y el análisis y para los que sí, es probable que las (re)pensemos desde otro lugar y nos inviten a, (nuevamente) pero de otra manera, reflexionar sobre nuestras prácticas y los aprendizajes.

La siguiente entrada fue publicada el Martes 1 de Julio de 2014:


En este texto nos proponemos alzar la voz, una vez más, en contra de la “estructura” del aula, tal como se la concibe en la mayoría de las instituciones educativas. No vamos a hacer ahora (entre otras cosas porque ya hay muchos textos que lo hicieron, lo hacen y lo harán) una apología de los “otros tipos” de espacios posibles, como los laboratorios de ciencias, las bibliotecas, las “aula-taller”, los espacios “abiertos” (en más de un sentido) o directamente las actividades que se realizan “fuera” de la Escuela o la Facultad.

La idea que tenemos es la de invitarnos a reflexionar sobre esa “estructura” que se repite hasta el hartazgo (de tod@s) en la mayoría de las clases.

Si bien algún@s tenemos la suerte de desarrollar nuestra tarea en instituciones que poseen “espacios” (ahora llamados “entornos formativos”) que nos permiten “salirnos” (de manera más o menos literal) de la “lógica aúlica”; para casi tod@s l@s docentes (y l@s estudiantes) sigue siendo habitual “ver” clases con la tradicional “estructura” del aula.

Lo que pretendemos es invitarnos a reflexionar sobre los presupuestos y las concepciones que subyacen a esa “estructura” y (tratar de) convencernos de que podemos cambiarla aún “dentro de un aula”.

En su libro “El Aprendizaje Pleno”, el siempre “motivador” David Perkins cuenta un poco de las investigaciones de Wendy Luttrell sobre la “silla universitaria”. Wendy Luttrell (socióloga norteamericana especialista en “desigualdad educativa”) estaba realizando una investigación sobre el embarazo juvenil y su impacto en el rendimiento académico y mientras llevaba a cabo sus entrevistas a estudiantes universitarias embarazadas, se “sorprendió” del “reclamo” más escuchado: “No entramos en los bancos!”. Así inició otra investigación sobre “lo que dicen” (sin decir) nuestras estructuras aúlicas (las sillas, el pizarrón, la disposición de los bancos, las tarimas, etc…) sobre nuestros presupuestos y sobre “lo que se espera que [no] pase” en esos espacios.

Nos invitamos, entonces, a pensar en la “estructura” de nuestras clases y a preguntarnos “qué dicen” de lo que “se espera que pase” en ellas.

Una determinada silla, un pizarrón, una determinada disposición de los bancos, la presencia (o ausencia) de libros, las paredes (y lo que haya -o no- “pegado” en ellas), el uso (o no) de dispositivos electrónicos, son todos elementos que denotan una concepción del aprendizaje, del rol docente, de lo que se espera de l@s estudiantes, en fin, del sentido último (o primero) de la Educación.

Es cierto que la mayoría de nosotr@s no “elegimos” el tipo de sillas que hay en nuestras aulas, ni podemos “decidir” que se puede (y no) hacer con las paredes, ni siempre tenemos la posibilidad de “salir” del aula y hacer la clase en otro lugar, pero eso no significa que no podamos cambiar nada de esto.

Por empezar, podemos (y probablemente debamos) reflexionar sobre las estructuras (y los elementos) de nuestros “espacios de aprendizaje” para saber qué es “lo que dicen”, lo que condicionan y lo que determinan, de nuestras prácticas y de las prácticas de nuestr@s estudiantes. Y una vez que hayamos reflexionado sobre el tipo de aprendizaje, el tipo de estudiantes, el tipo de docentes y los tipos de vínculos que esos “espacios” favorecen, podemos (y debemos) proponernos cambiarlos en la dirección que mejor dé cuenta de los procesos (vinculares y de aprendizaje) que deseamos que ocurran en nuestras clases. No son poc@s l@s que aseguran que una “habitación” cuadrada, sin nada en las paredes, con 20 ó 25 sillas fijas (con sus respectivas “mesitas” para apoyar “sólo” un cuaderno y copiar) que miran todas hacia donde el docente habla (o peor, dicta) no parece ser el “espacio” más propicio para aprender (casi) nada pero está en (cada un@ de) nosotr@s, l@s docentes y l@s estudiantes, transformar esos “lugares”, en “espacios de aprendizaje”, en verdaderos espacios de vivencias, de experiencias, de (trans)formación individual y colectiva.

Es preciso responder ahora, una vez más (y como lo hicimos en su momento) al título de una entrada del año pasado: “¿Quién dá el primer paso?”

La respuesta a esa pregunta vuelve a ser la misma: “Nosotr@s!!!”

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